El estudioso que se acerca al fenómeno de la burbuja japonesa (...) es normal que tenga dos sensaciones. La primera, de incredulidad (...); la segunda, que resulta difícil comprender cómo los propios mercados no pusieron coto a los excesos de una cotizaciones difíciles de justificar por los datos fundamentales de las empresas. (...) la principal enseñanza que se obtiene del análisis de un fenómeno de este tipo es la facilidad con la cual la sociedad lo acepta en la fase de ascenso, porque impulsa el crecimiento económico y beneficia a políticos, empresarios, banqueros y a la parte más osada de la población, embalsando costes sociales y económicos que socavan los propios fundamentos económicos y la cohesión social del conjunto de la sociedad.
Y ahora, acerca de la burbuja inmobiliaria: En el periodo 1955-1989 el valor de los bienes inmuebles japoneses se había multiplicado por 75, y suponían el 20% de la riqueza mundial, aproximadamente 20 billones de dólares, un valor equivalente a cinco veces el territorio completo de Estados Unidos, país que contaba con una extensión 25 veces mayor. Sólo el entorno metropolitano de Tokio tenía el mismo valor que todo Estados Unidos, y un distrito de la capital (Chiyoda-ku) valía más que todo Canadá. Si se hubiera vendido el Palacio Imperial de Tokio, se habría obtenido el equivalente de deuda o crear inflación Década pérdida es un término empleado para designar un período de estancamiento en un país o región. Se utilizó por primera vez en Gran Bretaña para designar al período de la postguerra (1945-1955). Se volvió a usar para describir la depresión económica de América Latina en la década de 1980, y más tarde para describir los diez años que siguieron al colapso económico japonés, en la década de 1990 al valor de todo el estado de California. Los 1990 campos de golf de Japón doblaban el valor de la capitalización de la bolsa australiana.
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Y finalmente, lo más cercano: “Las recesiones son habituales; las depresiones son raras. Que yo sepa, solo ha habido dos épocas de la historia de la economía que en su día se describieron de forma generalizada como depresiones: los años de deflación e inestabilidad que llegaron tras El Pánico de 1873 y los años de paro masivo que siguieron a la crisis financiera de 1929-1931. Ni la Larga Depresión del siglo XIX ni la Gran Depresión del XX fueron épocas de declive ininterrumpido sino que, por el contrario, en ambas hubo periodos en los que creció la economía. Pero estos episodios de mejoría nunca bastaban para compensar el daño causado por la crisis inicial, e iban seguidos de recaídas.
Me temo que ahora estamos en las fases iniciales de una tercera depresión. Es probable que esta acabe pareciéndose más a la Larga Depresión que a la mucho más grave Gran Depresión. Pero el coste -para la economía mundial y, sobre todo, para los millones de vidas arruinadas por la falta de puestos de trabajo- será inmenso de todos modos escribía en julio PAUL KRUGMAN en El País
Fuente: www.lacartadelabolsa.com