Una manera de evitar que esto ocurra es poner a funcionar ese dinero que hemos ahorrado e invertirlo en los mercados de capitales para tratar de obtener una rentabilidad que nos ayude a batir a la inflación. Es cierto que toda inversión conlleva un riesgo, pero este se puede minimizar si seguimos escrupulosamente dos principios fundamentales de la inversión: la diversificación y el largo plazo.
Diversificar consiste en no poner todos los huevos en la misma cesta y arriesgarnos a que, de un mismo golpe, podamos quedarnos sin ninguno. Es decir, se trata de distribuir el capital en inversiones de distintas áreas geográficas, sectores, empresas y tipos de activos. De este modo nuestro patrimonio está más protegido, y si una parte de la inversión no va bien, el impacto en la cartera total no será tan significativo. Pero si tenemos todo el dinero invertido en el mismo sitio, no tendremos forma de absorber el impacto de una perturbación financiera y mitigar las pérdidas.
Pongamos dos ejemplos de cómo un mismo hecho puede afectar de manera desigual a diferentes países, industrias o empresas. Durante la crisis del COVID-19, algunas empresas se beneficiaron del cambio de estilo de vida que trajeron consigo las estrictas medidas de confinamiento. Otros sectores, sin embargo, sufrieron grandes pérdidas. El año pasado, como consecuencia de la invasión de Ucrania, la crisis energética afectó al mercado europeo más que a otras partes del mundo.
Por tanto, diversificar es una manera de proteger nuestros ahorros. Ahora bien, ¿cómo podemos hacerlo sin necesidad de ser expertos en finanzas? He aquí algunos consejos clave.
Evaluar la tolerancia individual al riesgo
En términos generales, hay dos tipos básicos de inversión: acciones (renta variable) y bonos (renta fija). Mientras que las acciones tienen más riesgo y su rentabilidad puede ser alta, los bonos suelen ser más estables, pero aportan retornos más discretos. Para minimizar la exposición al riesgo, se puede diversificar la inversión entre estas dos opciones. Pero encontrar el equilibrio entre riesgo y rentabilidad va a depender en gran medida de la tolerancia individual al riesgo. Además de criterios de índole personal, esta tolerancia tiene que ver con dos factores: la edad y el horizonte de inversión.
Invertir en un ETF ampliamente diversificado
Un vehículo que aporta diversificación de forma sencilla son los fondos cotizados, o ETF (Exchange Traded Fund). En los últimos tiempos se han popularizado porque democratizan el acceso al mercado de valores gracias a las plataformas online de inversión y tienen comisiones muy bajas, por lo que resultan asequibles para los pequeños inversores. Son fondos que cotizan en bolsa y replican la evolución de un índice, uno o varios segmentos del mercado o una región.
Un ETF ampliamente diversificado, como el que sigue el índice MSCI World, permite invertir en miles de empresas de los países desarrollados del mundo con una sola transacción.
Se puede decir que con un ETF de este tipo “compras todo el mercado”. Por otro lado, también existen los ETF de renta fija, con los que los inversores pueden ampliar su “cesta” reduciendo el riesgo de impago, frente a la volatilidad de las acciones. Los bonos con vencimientos cortos, por ejemplo a seis meses, tienen un riesgo menor que los de vencimientos más largos.
Abrirse a otros mercados
Los pequeños inversores, en general, apuestan por acciones y bonos nacionales, es decir, de su propio mercado. Pese a esta preferencia, lo cierto es que la exposición al riesgo que los ahorradores tienen en su mercado nacional es bastante alta. Hay que tener en cuenta que la mayoría de sus activos ya están allí: tienen su trabajo, perciben su salario, consumen, adquieren inmuebles, etc. Invertir en otros mercados ayuda a mitigar el riesgo y compensaría las posibles pérdidas si el país, por ejemplo, entrase en recesión.
Una gran ventaja de los mercados de capitales es que uno puede beneficiarse del crecimiento global en todo el mundo. Ya hemos mencionado cómo un ETF sobre el MSCI World cubre la mayor parte de la capitalización bursátil de los países desarrollados. Otros índices más amplios, como el MSCI All Country World Index o el FTSE All Country Index, incluyen activos de mercados emergentes, considerados con más potencial de crecimiento y al mismo tiempo con mayor riesgo.
La sostenibilidad como criterio de diversificación
Los criterios de sostenibilidad se han convertido en un criterio de evaluación de riesgos como cualquier otro. Se asume que las empresas más sostenibles tienen mayores oportunidades de crecimiento en el futuro porque se adaptan mejor a la próxima normativa, a los riesgos climáticos y a los cambios en el comportamiento de los consumidores. Además, necesitan menos recursos para fabricar los mismos productos y se adaptan a la creciente demanda de consumo sostenible por parte de la población.
Dicho lo cual, el año pasado, las inversiones basadas en criterios ambientales, sociales y de gobernanza (ASG, o ESG por sus siglas en inglés) sufrieron en general pérdidas ligeramente superiores a las de sus homólogas no sostenibles, debido sobre todo a los beneficios récord de las empresas energéticas (especialmente las de combustibles fósiles como el petróleo y el gas). Pese a esta eventualidad, a largo plazo, y basándonos en la experiencia de los últimos años, las inversiones en empresas que operan bajo criterios ASG pueden ofrecer oportunidades de rentabilidad.
En conclusión, para diversificar, reducir el riesgo de la inversión y construir una cartera rentable a largo plazo que nos ayude a compensar el efecto de la inflación, es importante conocer nuestra tolerancia al riesgo, ampliar el horizonte temporal de inversión, atender a la evolución de nuestro entorno económico y considerar la inversión ampliamente diversificada.