Eso no es lo extraño. Lo extraño es que el 93 % de los miembros de la fuerza aérea, donde los soldados morían en un porcentaje mucho mayor, seguían sintiéndose razonablemente felices pasados esos mismos 60 días.
Tras varias hipótesis y experimentos los psicólogos dieron con el motivo: los pilotos tenían en su mano el acelerador. Decidían cómo moverse.
En cierta medida determinaban su futuro, mientras que los miembros de infantería vivían expuestos a que en cualquier momento ocurriera algo indeseable fuera de su control.
Esto es lo que pasa.
El control produce calma. La falta de control produce infelicidad.
Por eso la gente tiene más miedo a ir en avión que a conducir, pese a que para cuando llegas al aeropuerto ya has superado la parte más peligrosa del viaje.
Y conducir bien, pero si vives en una ciudad grande sabes que prefieres una hora y media de trayecto con tráfico fluido que cruzar un atasco de 30 minutos.
Falta de control.
La inmensa mayoría de las cosas no las puedes controlar, así que mejor si no te obsesionas por ellas.
Pero hay otras que sí. Una, en concreto, que me atrevo a decir que aumenta el nivel de satisfacción con tu trabajo más que cualquier otra.
Ser capaz de controlar las conversaciones y relaciones con los clientes. Que vayan a donde tú quieras y por el camino que tú decidas.
Con los clientes, con tu jefe, con tu pareja o con cualquier persona con la que tengas que interactuar para conseguir algo.
Te digo una cosa más.
Lo mismo que los vendedores tenemos nuestras técnicas, lo compradores tienen las suyas. Pero para ellos comprar es un evento puntual, pero para ti, tu día a día.
Qué mejor inversión que en algo que te va a dar el control sobre aquello que haces durante la mitad del tiempo que pasas despierto.
Mi nombre es Luis Monge Malo y cada día envío un email con un consejo de ventas. Día que estás fuera, consejo que te pierdes.