La reanudación de las cumbres de Davos, canceladas desde su tradicional cita de enero por los nuevos episodios de contagio del Covid-19, inicialmente, y retrasada por el estallido de la guerra de Ucrania, ha dejado un mensaje de emergencia del FMI. Suscrito por su directora gerente, la economista búlgara Kristalina Georgieva, y por su economista jefe, Gita Gopinath. No pareció, a los ojos de los líderes empresariales, financieros y políticos, una reprimenda al uso del mayor de los organismos multilaterales. Más bien al contrario, se aproximaba más a una súplica ineludible. Porque la joya de las instituciones nacidas en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial en el balneario de Bretton Woods (New Hampshire, EEUU) no suele emitir señales de tal magnitud.
El Fondo Monetario alerta contra la mayor pobreza y peligrosidad del escenario que emergerá de la contienda bélica en Ucrania. Cualquiera que sea el resultado de las hostilidades y al margen del tiempo que lleve el armisticio. Sus postulados no son novedosos. Personalidades como Larry Fink, CEO de BlackRock, la más poderosa gestora de fondos con más de 10 billones de dólares de activos en sus carteras de inversión, ya lo presagió hace meses. Mucho después que Bill Gates y no pocos observadores internacionales que ya vieron en la batalla arancelaria desatada por la Administración Trump un punto de no retorno hacia la desglobalización. Pero angustia conocer de primera mano que desde el consenso de Washington -el diálogo que ha mantenido siempre, desde su nacimiento, el FMI y su entidad hermana, el Banco Mundial, con la Reserva Federal y el Tesoro americano- se ha enarbolado la bandera del pesimismo.
El nuevo orden económico internacional estará “fragmentado económicamente” y el epitafio de la globalización y su integración de mercados traerá consigo un mundo “más pobre y peligroso”. Estas palabras también las suscribe, con su firma, Ceyla Pazarbasioglu, responsable de estrategia y de supervisión de políticas del Fondo, para quien, de sus pesquisas e investigaciones, “resulta ineludible”, si aún hay alguna esperanza de restablecer el status quo actual, “reducir las tarifas arancelarias” a la circulación de mercancías, servicios y capitales, y reconstruir al mismo tiempo las cadenas de valor. Pese a que ello suponga diversificar las importaciones y relocalizar centros productivos para asegurar el abastecimiento. Todo ello, bajo el pertinente pacto, en una especie de acción concertada mundial, del G-20, al que cede el testigo de gobierno económico mundial.
Un acuerdo que incluye, además, una reestructuración de las deudas y ayudas concretas para la lucha contra las vulnerabilidades y las desigualdades socio-económicas, especifica la nota oficial del FMI. “El coste de una mayor y más intensa desintegración será enorme entre los países” y dañará irremediablemente las rentas personales, desde las más altas de profesionales liberales a las medias de trabajadores especializados y, por supuesto, a las bajas, altamente dependientes de las inversiones en el exterior y de las materias primas para sobrevivir”. De constatarse este decoupling, surgirán más movimientos migratorios.
En un reciente análisis del panel económico de Bloomberg, sus expertos cifraban en 1,6 billones de dólares, una cantidad que se puede comparar con el tamaño del PIB español, la pérdida del peso de la economía mundial. Precisamente por la merma de intensidad de los flujos de bienes y servicios, que se han visto todavía más perjudicados por la guerra en Ucrania y el cierre de los puertos y rutas comerciales euroasiáticas. Después de un bienio de pandemia que creó no pocas disrupciones en las cadenas de valor empresariales y en el tránsito logístico. Es lo que ya empieza a denominarse la Era de la Escasez, que ha seguido a décadas de sumo abastecimiento desde el ingreso de China en la OMC, en 2001.
Los analistas de Bloomberg Economics también atisban un planeta más empobrecido y menos productivo a largo plazo, con episodios de inflación más elevados y volátiles. En un instante que es crucial. En el que la guerra ha drenado el crecimiento y espoleado los precios. Hasta el punto de haber puesto en riesgo a millones de hogares por la subida de la energía y los alimentos. Por si fuera poco, “las condiciones financieras se van a endurecer, añadiendo presión a las naciones altamente endeudadas, a las compañías y a las unidades familiares”.
La corrección de todas las disrupciones productivas ayudaría a “reconducir la situación”. Aunque se requiere colaboración multilateral en otros frentes abiertos. El Fondo, por ejemplo, reclama que los sistemas de pagos transfronterizos se modernicen con la participación activa de todos los países para perfilar una plataforma digital pública desde la que poder gestionar las remesas internacionales, y con la que “se reducirían costes y se elevaría la seguridad” de las operaciones.
De igual modo, la cooperación debería ser constante e intensa en el combate contra el cambio climático, dado que sus efectos serán una amenaza constate sobre los mercados de capitales, en los que creará volatilidades.
“En las pasadas tres décadas, los flujos de capitales, bienes, servicios y personas transformaron el planeta”, unos cambios a los que ayudaron los avances tecnológicos y nuevos métodos tanto de trabajo como de producción. “Todas estas fuerzas integradoras impulsaron la productividad, la competitividad y los niveles de vida, triplicando el tamaño del PIB mundial y sacando a 1.300 millones de personas del umbral de la pobreza”. Pero ahora, están sometidas al riesgo de fuertes fragmentaciones, de un decoupling en dos bloques comerciales, uno liderado por EEUU y otro, por China.
El pasado 2021, el FMI liberó 650.000 millones de dólares para fortalecer las reservas de socios en dificultades por la Gran Pandemia. Una cifra histórica en su labor de gendarme financiero del planeta y prestamista de última instancia. Pero las exigencias de resiliencia deben ser revisadas ante el cambio climático y futuras epidemias. “Las políticas son para las personas” y se reclaman más medidas de progreso. Dos premisas que sólo entrarán en la misma longitud de onda con los “beneficios de una globalización mejor conectada”.