En primer lugar, poniendo cifras encima de la mesa, aun teniendo en cuenta los problemas para calibrar la interacción de un buen número de factores que determinarán el comportamiento de la economía a medio plazo: evolución de la pandemia, efectividad de las medidas de política económica, cambios en los hábitos de consumo, disrupción del funcionamiento de las cadenas de valor, situación de las condiciones financieras, momento de aparición de la vacuna, etc. Esta elevada incertidumbre se une a la escasa utilidad de la información económica disponible (casi toda ella anterior al mes de marzo), configurando una coyuntura de una complejidad desconocida para los ejercicios de previsión, más allá de la certeza de que, en este trimestre, la caída del PIB mundial superará cualquier registro desde la Segunda Guerra Mundial. Por tanto, el problema sólo se puede abordar construyendo diferentes escenarios, a partir de supuestos sobre los ritmos de recuperación de la utilización de la capacidad productiva en los diferentes sectores de la economía, alineados con hipótesis sobre posibles nuevos rebrotes del virus y sobre el momento en el que la inmunidad será suficiente para dar por cerrada la epidemia.

En este contexto, en su escenario central (sin un rebrote de la pandemia en otoño), el FMI anticipa que el PIB mundial caerá este año un 3% (el mayor ajuste desde la Gran Depresión). Además, incluso anticipando una recuperación a ritmos del 5,3% en 2021, el ajuste de riqueza respecto al escenario anterior a la aparición del Covid-19 sería de 9 billones de dólares, equivalente al tamaño conjunto de las economías de Alemania y Japón. EL 90% de los países (170 naciones) verán reducido su PIB per cápita, frente a sólo un 62% en la crisis de 2009 (esta vez, la incidencia va a ser superior en los emergentes).

En el caso de la economía española, el descenso del PIB en 2020 será el mayor desde 1945 (-8%), lo que equivale al ajuste acumulado en la doble recesión de 2008-2012. Lo más preocupante es que las fuertes contracciones de este año no se compensarán con la recuperación que se anticipa para 2021; por ejemplo, en el caso de las economías desarrolladas, en general, los niveles de PIB previos a la crisis no se volverán a alcanzar hasta principios de 2022. Es decir, la recuperación no se producirá en forma de V, sino que será más gradual. Los escenarios alternativos del FMI que suponen una mayor duración en la propagación del virus, una nueva oleada de contagios o una combinación de éstas dos, implicarían caídas adicionales en el PIB mundial respecto al escenario central de entre 3 p.p. (si la pandemia se extiende durante la mayor parte de 2020) y 8 p.p. (si hay rebrote y la pandemia continúa en 2021). Por tanto, esta vez no se puede acusar al FMI de intentar suavizar los pronósticos para evitar un efecto negativo sobre las expectativas, pues dibuja una crisis transitoria, pero de una intensidad y características sin precedentes. 

En este contexto, el organismo con sede en Washington considera adecuadas las políticas fiscales, monetarias y financieras ya adoptadas (ampliación de los programas de QE, garantías de crédito, facilidades de liquidez, moratorias en materia de préstamos, ampliación del seguro de desempleo, entre otras), pues buscan evitar el deterioro de los balances de los agentes privados, cubriendo las rentas de las familias y la liquidez de las empresas durante el periodo de confinamiento. De esa manera, se pondrán las bases para la recuperación, una vez que se pueda ir descongelando la economía. De momento, el FMI estima que, en menos de un mes, se han movilizado ayudas directas que ascienden a 3,3 billones de dólares, préstamos por valor de 1,7 billones y avales equivalentes a otros 2,7 billones de dólares, lo que representa un 9,5% del PIB mundial y constituye el mayor estímulo económico de la historia (el 90% proviene de los países del G20). Según el FMI, a medida que las medidas de contención se vayan levantando, será necesario instrumentar políticas adicionales de apoyo a la actividad, cuya eficiencia aumentará si se realizan de forma coordinada. No descarta que sea necesario ampliar las moratorias de los pagos de deuda y afrontar alguna reestructuración durante la fase de recuperación. En este contexto, la cooperación internacional será decisiva a corto plazo, pero, sobre todo, una vez que se entre en la fase post-crisis.

Todo lo anterior se traducirá en un aumento muy considerable de los déficits públicos que, en la mayoría de las principales economías, alcanzarán los dos dígitos este año (-11,5%, en media los países del G20), destacando EEUU, dónde el agujero fiscal se situará por encima del 15% del PIB este año (8,6% en 2021). En prácticamente todos los países, el deterioro se deberá, prácticamente, en su totalidad a la activación de los estabilizadores automáticos, pues el efecto sobre el saldo primario ajustado cíclicamente será mínimo (por ejemplo, -0,1% en España en 2020). El resultado del esfuerzo fiscal y de la caída del PIB nominal será un aumento de la ratio de la deuda pública de entre 10 y 20 puntos porcentuales este año, lo que situará la media de la economía mundial en el 96% (13 p.p. más que en 2019), mientras en la zona euro trepará hasta el 95% en 2021 (114% en España). Para 2021 se considera que la ratio de la deuda pública se estabilizará, un pronóstico muy optimista, ya que implica un crecimiento del PIB nominal similar al de la deuda. Sin embargo, para el FMI está totalmente justificado este empeoramiento de la solvencia fiscal, pues pide a las autoridades económicas, parafraseando a Mario Draghi, hacer todo lo que sea necesario; eso sí, guardando los recibos.

¿Cómo se hará la digestión de este tremendo y, a la vez, necesario esfuerzo fiscal? Ya habrá tiempo para decidirlo; de momento, buena parte del aumento de la deuda hibernará en el balance de los bancos centrales, porque al FMI le preocupa que el canal financiero amplifique los efectos del “shock” económico causado por la paralización de la actividad. En las primeras semanas de la crisis se ha producido un endurecimiento de las condiciones financieras por el aumento de las tensiones en los mercados financieros de mayor riesgo y las importantes salidas de fondos de los países emergentes. La tremenda intervención de los bancos centrales, aumentando las compras de todo tipo de activos financieros (especialmente en EEUU), reforzando las inyecciones de liquidez o ampliando las líneas bilaterales de swaps de divisas están frenando el incremento de la inestabilidad financiera. Pero el partido acaba de comenzar y el FMI advierte de que hay segmentos de mercado que presentan elevadas vulnerabilidades. 

En definitiva, se puede decir que el FMI ha sido equilibrado, ofreciendo las dosis adecuadas de realidad y de esperanza. Se ha centrado en cómo abordar la crisis para minimizar los costes económicos, dejando para más adelante los cambios estructurales a los que, con toda seguridad, nos tendremos que enfrentar.

Estudios y análisis de Bankia