El régimen de Pekín acaba de avanzar un crecimiento de su economía del 8,1% en 2021. Lectura oficial que ha dejado perplejidad entre los inversores. No porque el Gobierno haya redoblado sus esfuerzos para estimular la actividad. Ni porque, soterradamente, haya logrado contener, al menos en apariencia, la quiebra de Evergrande y las convulsiones en el mercado laboral y en los activos tóxicos inmobiliarios de sus entidades financieras. Sino porque el ritmo económico lleva dos trimestres -los últimos del pasado ejercicio- con un dinamismo por debajo del 5% al que se ha encomendado el presidente Xi Jinping y porque este ritmo de prosperidad choca con el freno con el que parece operar el mercado de trabajo de la segunda potencia global.
El vigor del PIB chino ha batido todas las expectativas. Pese a que el registro del cuarto trimestre de 2021, con un alza del 4%, experimentó un fuerte deterioro, de nueve décimas, respecto al periodo julio-septiembre. O a la maniobra a la baja, del banco central del país para espolear el crecimiento en un año en el que la política de Pekín parece atravesar por un campo de minas. Y en el que se ha puesto en marcha el decimocuarto plan quinquenal chino (2021-25), instrumento Jinping ha elegido para que el gigante asiático certifique el salto hacia el liderazgo global. Con la variante Ómicron haciendo estragos en la ambiciosa y, a la vez, compleja y titubeante política de Covid-cero, con confinamientos sociales y fases de hibernación económica, y la quiebra del gigante inmobiliario Evergrande como auténticos quebraderos de cabeza de las autoridades del área económica y monetaria.
La tasa del 8,1% resulta sensiblemente superior al objetivo del 6% que ha dejado de ser oficial tras la entrada en vigor del programa de desarrollo económico 2021-25 y, por supuesto, al 2,2% decrecimiento registrado en 2020, el año de la recesión global que acaba de ser revisada al alza y que corrobora a China como una de las escasas naciones con actividad durante la travesía por la Gran Pandemia.
Sin embargo, la restablecida salud del PIB chino no convence al mercado. Ante la triple presión de una demanda en contracción, el shock en la oferta por los cuellos de botella de las cadenas de valor, que todavía no han encontrado la velocidad de crucero de antaño, y la debilidad de las expectativas empresariales y de consumo por la variante Ómicron, que ha alcanzado la capital, Pekín, y confinado varias ciudades del país. “Las figuras están infladas sistemáticamente” avisa a Business Insider Bo Zhuang, economista en Loomis Sayles, una firma de inversión con sede en Boston. Incluso con el dato de la Oficina de Estadística de China, la ratio combinada de repunte del PIB en los dos últimos ejercicios estaría en torno al 5,5% o el 6%, explica Zhuang, que rechaza, no obstante, cualquier manipulación gubernamental y achaca la incredulidad de los analistas al volcado de información, precipitada, a su juicio, de los gobiernos locales y al anticipo de ayudas y subsidios por parte de los responsables del Estado. Así como al anticipo de “capturas de flujos de inversión” del fulminante despegue de pymes industriales estatales en el primer tramo del último trimestre del año, así como de los servicios, una vez se reanudaron las cadenas de valor.
Pero hay un segundo argumento de peso. Porque el PIB parece caer como una pluma, lenta pero inexorablemente. Hasta el 4% en el cuarto trimestre de 2021 en términos interanuales, desde el 4,9% del tercero y del 7,9% en el segundo. Es decir, que la lucha contra la epidemia, y contra la quiebra de Evergrande, dejó el cénit del dinamismo al concluir la pasada primavera. “El recorte de tipos es una señal evidente de que para el Gobierno de Pekín el ritmo de actividad está muy por debajo de sus niveles de tolerancia”, advierte Zhuang.
Una tercera incógnita aparece en esta compleja cuadratura del círculo. Los trabajadores chinos están trabajando más horas, hasta 47,8 semanales, a razón de 9,5 diarias, pero la tasa de paro no despeja la ecuación. En especial, en las grandes ciudades, donde el mercado laboral, ante los confinamientos y las bajas por contagio, no termina de absorber la demanda de las empresas. Su evolución es casi plana, pese a que el número de horas de trabajo aumenta desde finales de 2020. Sin que las estadísticas oficiales entren en detalles. Sobre todo, de desempleados con más de tres meses sin actividad y de trabajadores inmigrantes.
A lo que hay que unir un cuarto elemento. Las tensiones sobre Jinping cuando busca revalidar su tercer mandato presidencial. Y después de creer que, al comienzo de 2021, la coyuntura del país iba viento en popa. Las perspectivas no son especialmente preocupantes. El combate contra la variante Ómicron parece inclinarse del lado gubernamental y lo razonable es que China logre un dinamismo medio del 5%. Pero, tal y como alerta el World Economic Forum (WEF) desde su cumbre anual de Davos, la economía china tiene varios factores de alto riesgo.
El jerarca chino y del partido comunista impulsan un salto económico y tecnológico que refuerce el peso digital del país y que está enfocado a dos aspectos esenciales: a superar cualquier riesgo o amenaza sobre su seguridad nacional y a impulsar la demanda interna; es decir, a espolear el consumo privado y las inversiones empresariales. Dos líneas de actuación preferencial marcadas por Jinping, especialmente tras su renovación presidencial en la Asamblea Popular, que le otorgó el plácet para perpetuarse en la jefatura del Estado. Un escudo de defensa territorial y un clima socio-económico que adentre definitivamente al gigante asiático en la senda de las potencias de rentas altas, mercados que confían las bases de sus sistemas productivos en la capacidad de sus consumidores y el dinamismo empresarial. China busca reducir su dependencia exterior y acabar -o, al menos, recortar- con su ventaja competitiva a través de bajos salarios. No desea seguir con el cartel de la Gran Factoría mundial.
De ahí que el decimocuarto de sus planes quinquenales introduzca indicadores más ambiciosos de retroceso del desempleo o de emisiones de CO2 y de impulso de energías limpias que le haga avanzar hacia la neutralidad energética. A pesar de las dudas de que la reactivación económica global pueda poner en jaque el ritmo de consumo e inversiones, la capacidad de su industria energética por abordar el tránsito hacia las renovables o las reformas aperturistas en sectores considerados estratégicos, como varios segmentos tecnológicos, o el financiero, como advierten los analistas. Oceana Zhou, de Standard & Poor’s Global Intelligence, señala que el plan 2021-25 chino fija un rumbo para “espolear la economía doméstica” con las herramientas elegidas por la UE, “innovación tecnológica y sostenibilidad medioambiental”, con objeto de reducir al máximo la dependencia de China de las materias primas “en los próximos años.
Este salto hacia la digitalización y la sostenibilidad es, precisamente, el arma de doble filo con el que se puede topar el régimen de Pekín, según el WEO, y que “puede acabar en un colapso del crecimiento del PIB”. Porque las oportunidades de lograr estas ambiciones socio-económicas y ecologistas pueden crear millones de puestos de trabajo sostenibles en 2030, pero los cambios en el corazón del sistema productivo pueden ser demasiado disruptivos, aclara el New Nature Economy Report presentado en Davos y que analiza de manera pormenorizada la hoja de ruta verde china. Al fin y al cabo -dicen sus autores- “las dos terceras partes de la segunda economía del planeta está sometida a riesgos de disrupción por catástrofes o causas naturales”. Este road map promueve “quince transiciones energéticas en tres pilares básicos del modelo chino”, que podrían añadir 1,9 billones de dólares de beneficios a empresas y crear 88 millones de puestos de trabajo hasta 2030. Sin embargo, cada reconversión requiere acciones rápidas y efectivas que van a propiciar una necesaria ralentización del PIB, hacia el entorno del 5%, por debajo del tope no declarado, por primera vez en un plan quinquenal, de crecimiento mínimo.
Como ya se manifiesta, de hecho, en los últimos datos. “El consumo se mantiene débil y parece que será así durante la mayor parte de este año”, afirma Louis Kuijs, responsable del análisis de Asia en Oxford Economics, que piensa que la economía china “tocará fondo en torno al 5%”. A no ser que se conjuguen cuestiones geopolíticas, como las tensiones con EEUU, o financieras, entre las que cita la losa de endeudamiento local y de su sector inmobiliario por la quiebra del emporio Evergrande, y precisen más madera monetaria por parte de su banco central. Algo que no descartan en Goldman Sachs, que ven nuevas rebajas de tipos en los próximos meses. O en BNP Paribas, donde apuestan por “mayores reducciones en los requerimientos de liquidez y de reservas a su sector financiero para estimular las líneas crediticias y espolear el dinamismo”.