Sin reparar, a buen seguro, que su petición a Ucrania para que investigara presuntos asuntos turbios de su presumible rival electoral fue el desencadenante de su impeachment. Frente a Sanders, sacará a relucir su revolucionaria agenda económica y su perfil socialista. Aunque sus opciones reales pasan inexorablemente por mantener el pulso a una economía con malos augurios.

La crisis del coronavirus puede conducir inexorablemente a una recesión global. Pero antes de que surgiera esta pandemia, también económica, EEUU ya estaba dirigiendo al mundo hacia los números rojos. Así analizó hace unas fechas Financial Times la difícil y tambaleante coyuntura internacional. Lo hacía planteado como una cuestión que pulula por los mercados. Pero, casi sin razón de continuidad, se inclinaba por una respuesta afirmativa. Por tres razones de peso. Una de ellas, la debilidad del dólar que desvela un hipotético abandono de la política del billete verde fuerte que ha caracterizado la mayor parte del mandato de Trump -hasta el punto de ocasionar un auténtico baile de divisas por la fortaleza de la moneda estadounidense- para facilitar la ruta económica de EEUU hacia el equilibrio comercial.

Pese a que su tipo de cambio respecto al euro y a la cesta de las principales divisas del mundo se ha reducido ostensiblemente. La segunda, la actitud casi desesperada de la Reserva Federal por espolear la economía, aunque sea a costa de rozar los tipos de interés negativos. El último movimiento, justificado por la súbita expansión del COVID-19, sin que la Administración Trump haya activado mecanismos económicos o coberturas federales para frenar los contagios. Al margen de los riesgos inflacionistas, que podría conducir a un nuevo recorte en la reunión del Comité de Mercados Abiertos de la Fed en marzo, según anticipa el ex presidente de esta institución Ben Bernanke. Y, por último, el dato de la producción manufacturera de enero, que sitúan los pedidos industriales en el nivel más bajo de los últimos cinco meses, y de las ventas inmobiliarias, en cifras desconocidas desde hace trece años, durante la crisis de las hipotecas subprime que anticipó el credit crunch de 2008. 

 

 

La infección estadounidense y la pandemia económica del COVID-19, pues, no augura buenas señales. El número de infectados en suelo americano ha superado la barrera del millar en apenas una semana, con varias decenas -tres- de fallecidos y las primeras ciudades en cuarentena. Ante esta fulgurante expansión viral, la Casa Blanca ha pasado a la acción. Pese al control de situación que dejaba el mensaje presidencial días antes. El asesor económico Larry Kudlow avanzó planes de reducción de las cotizaciones sociales a los trabajadores, asistencia a personas que no puedan desplazarse a sus empleos y ayudas -sin especificar- a pequeñas empresas e industrias que se vean afectadas por la desproporcionada acción del coronavirus. El tono oficial ha pasado a ser “muy dramático”, la consigna de Donald Trump para acelerar unas medidas que, como la rebaja de cotizaciones, el mandatario republicano quería inicialmente relegar hasta mediados de año. Al igual que parte del arco del partido en el Congreso. Pero la gravedad de los acontecimientos ha acelerado la situación. La portavoz demócrata en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, ha propiciado una reunión de urgencia con el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, para llegar a un consenso sobre la aportación de los gobiernos, federal, estatales y locales, para contener la pandemia. Clínica y económica. Y Mnuchin se ha visto en la obligación de ampliar el abanico negociador “un variado e intenso número de opciones políticas”. Las elecciones de noviembre facilitan el encuentro entre las dos formaciones. También la gravedad de los acontecimientos. Porque la coyuntura americana ha pasado en unos meses de sentir una renovada prosperidad a mostrar síntomas de gravedad sobrevenida. “La economía está atascada, un parón de manual”, explica Mark Zandi, economista jefe en Moody’s Analytics, para quien “las políticas de la Casa Blanca no han aportado nada al rendimiento neto de la economía”. Los pronósticos hablan de un prolongado periodo de crecimiento moderado, del 2%. El potencial del mayor PIB mundial se ha recortado. Bajo los mandatos de Obama, la actividad fluctuó entre el 1,6% y el 2,9% tras salir de la Gran Recesión. 

Por si fuera poco, la exposición al coronavirus expone aún más a las empresas estadounidenses a una escalada de deuda. Es el Talón de Aquiles de la economía. El sector privado está altamente apalancadas o sometidas a presiones para devolver sus necesidades crediticias. Después de once años de ciclo de negocios expansivo. Aunque con unas condiciones financieras ultrabajas por las rebajas de tipos de la Fed. La deuda corporativa acaba de superar a la de los hogares por primera vez desde 1991. “Este dato añade más presiones recesionistas a la economía americana” explica Nariman Behravesh, economista jefe en la consultora IHS Markit.

La economía centra los debates presidenciales

Ante esta tesitura, la economía ocupará un lugar destacado en la arena política. En un esperado y prolongado enfrentamiento hasta las elecciones de noviembre. E impulsado desde la apertura del impeachment. El excepcional proceso de destitución presidencial -que sólo han atravesado cuatro mandatarios americanos- que declaró absuelto a Trump por los cargos de abuso de poder -52 votos frente a 48- y obstrucción al Congreso (53 a 47) en el Senado, la institución encargada de ejercer de juez en estos litigios políticos. La totalidad de la mayoría republicana. Sin fisuras. Pero la opinión pública no se cree el dictamen definitivo, anunciado el pasado 5 de febrero. Hace algo más de un mes. Sólo el 33% -uno de cada tres- está de acuerdo con la resolución. Trump no dudó en arremeter contra el Partido Demócrata. “Después de tres años de una siniestra caza de brujas, montajes y engaños, nuestros rivales han intentado anular el voto de varias decenas de millones de patriotas americanos con un impeachment ilegal, anticonstitucional y partidista”. Una maniobra -dijo Trump- que “será una marcha política suicida para los demócratas”. 

El dirigente republicano vivió una semana de luna de miel. Su exculpación, esperada por el cierre de filas de su formación en el Senado, donde ostenta la mayoría, la trasladó esos mismos días al debate sobre el Estado de la Unión, en un encendido ejercicio de retórica contra los demócratas. Nada, entonces, hacía presagiar que la economía, además, fuera a ensombrecerse de forma tan súbita. Tampoco que Joe Biden, la persona sobre la que giró su inculpación por el affaire Ucrania -por pedir expresamente en una llamada telefónica a Volodymyr Zelensky, para felicitarle por su reciente triunfo presidencial en esta ex república soviética, que investigara al ex vicepresidente americano por sus, presuntos negocios familiares en este país, a cambio de mantener activas las ayudas económicas de EEUU- fuera a ser su rival en las urnas. A la espera de que se consume la carrera de primerias demócratas, Biden encabeza a nominación de la formación, frente a Bernie Sanders. Su meteórica ascensión, después de los titubeos iniciales de los primeros caucus, tuvo su punto de inflexión en el SuperMartes, con catorce estados en juego, de los que Biden venció en diez al senador de Vermont. Incluso en Texas, pese a perder California, la que más delegados aporta. Además de Virginia y cuatro de los estados del sur, donde se medirán las fuerzas en las urnas con los republicanos, su caladero de votos. Entre otros, Alabama y Tennessee. Un impulso que le llevó a vencer también en Michigan -uno de los estados más castigados por la crisis de 20008 y que le dio el plácet a la Casa Blanca a Trump en 2016- Misuri y Misisispi. A Biden le benefició la retitada de Pette Buttigieg y Amy Klobuchar, candidatos centristas, que respaldaron al ex 'número dos' de Obama, mientras que el abandono de Elizabeth Warren, la senadora por Massachusetts que ha rivalizado con Sanders por el ala izquierdista del partido, sigue reticente a dar su apoyo al senador. De esta contienda también salió el millonario Michael Bloomberg. El camino de Biden, por tanto, parece expedito. 

En consecuencia, la batalla electoral rescatará la polémica de la última contienda, donde Trump hizo un uso de una dialéctica basada en su rechazo al establishment que, entonces, personificó en la figura de Hillary Clinton y que, ahora, trasladará a Biden. Frente a la alternativa de Sanders, contra quien prepara también una batería de embestidas por su perfil socialista; un apelativo denostado en la sociedad civil durante décadas, pero que ha ganado adeptos en el último lustro. El senador es, sin duda, el mayor ascendente demócrata entre los partidarios de instaurar en EEUU un modelo socialdemócrata escandinavo. 

Pese a este doctrinario político, lo que subyace detrás del futuro enfrentamiento entre Trump y Biden o Sanders, será el ideario económico. El proteccionismo revestido de neoliberalismo del presidente, frente a una agenda que, en este terreno, difiere substancialmente entre los dos aspirantes demócratas en liza. La del ex vicepresidente, en posesión ya de casi la mitad -823 de los 1.991 necesarios- delegados que le otorgarían la nominación, es mucho más ortodoxa. 

La del senador de Vermont, con 663, presenta rasgos que quebrarían el status quo americano. Las piedras angulares del programa económico de Sanders circulan en torno a la Sanidad, una amplia reforma fiscal que centra la presión sobre las clases más pudientes y en una ambiciosa transición hacia la economía verde y la neutralidad energética. El senador promete un sistema sanitario universal, que se costearía con mayores cotizaciones de empleados y empresas y que podría llegar a suponer hasta 28 billones de dólares a las arcas federales. En un país donde la prueba del coronavirus supera los 3.000 dólares. Su Green New Deal postula el uso total de energías renovables en 2030 y el objetivo de emisiones de CO2 cero en 2050, con fondos federales de 16,3 billones de dólares. La subida que prevé a la presión fiscal de los milmillonarios es del 77%. Tres planteamientos diametralmente opuestos a la gestión de Trump, negacionista del cambio climático, benefactor fiscal de las grandes fortunas y firme detractor del Media Care de Obama. Sanders también promueve ayudas a la adquisición de vivienda para las rentas bajas, mayor protección de los derechos laborales y mecanismos de subidas salariales y el retorno a una diplomacia exterior multilateral. 

Biden apuesta, en cambio, por un sistema público más amplio, que conviva con los seguros privados, al que dotaría con entre medio billón y 800.000 millones de dólares en los próximos diez años para ampliar sus coberturas médicas. Lejos de la universalidad. Su plan tiene un lema: salvar a la clase media para salvar América. La agenda de este político, de 76 años -dos menos que Sanders- dice no creer que los 500 mayores milmillonarios del país serán un problema” pero que el impulso es la clase media, donde estudios como el de Pew Research sitúa en el 52% de los hogares americanos, pero que Biden considera que no está, en su mayoría, dentro del 20% que ha recuperado sus niveles patrimoniales y de ingresos previos al credit crunch de 2008. “La clase media sí que tiene un problema” de rentas, aclara. Y promete ampliar el Obamacare hasta el 97% de sus conciudadanos. En el terreno impositivo, impulsa un código fiscal más progresivo. Y elevar el tipo máximo hasta el 39,6% para los individuos con más de 1 millón de dólares de retribución anual. En el ámbito laboral, busca remover todas las cláusulas contractuales que son, a su juicio, una rémora para la movilidad y las aspiraciones profesionales. También avanza unos recursos notables para la renovación de las infraestructuras y la construcción de nuevas y más modernas redes de comunicación y de energía.

Con proyectos destinados a territorios agrícolas, para que aborden los cambios hacia la economía sostenible con mayores garantías. En concreto, les dedicará 20.000 millones de dólares en inversiones y el 10% del fondo presupuestario federal de lucha contra la pobreza. Su propuesta para combatir el cambio climático habla de necesidad de acabar con la ineficiencia del sistema económico para dotar de un nuevo patrón más robusto y su Green New Deal, una de las banderas demócratas, también tiene como prioridad acabar en 2050 con las emisiones contaminantes y construir una economía de energía limpia. Con recursos de inversión federal de 1,7 billones de dólares en esta década, que incluye una partida de algo más de 400.000 millones en I+D+i de energías renovables.