La globalización está atascada desde el credit-crunch de 2008. Con tentaciones proteccionistas que se han traducido en escaladas arancelarias que frenan los flujos de comercio y capital. Del mismo modo que la arquitectura financiera internacional, que se tambaleó tras el tsunami que tuvo como epicentro la quiebra de Lehman Brothers, no ha logrado estabilizar los movimientos inversores y bursátiles con la celeridad previa a la mayor crisis desde el crash de 1929. Pero en medio de este escenario, cuando el ciclo de negocios surgido de la última gran inestabilidad de los mercados parece tocar a su fin, ha irrumpido con inusitada fuerza un fenómeno que no tiene visos de interrumpir su andadura: la digitalización.
La denominada Revolución Industrial 4.0 ha irrumpido de tal manera en el entramado económico-empresarial que cualquier estrategia del sector privado pasa inexorablemente por una intensa transformación de las cadenas de valor y, por ende, de la productividad, y de las fórmulas para diseñar y desarrollar plataformas digitales propias con las que abordar casi en tiempo real las demandas de los consumidores por cualquier latitud del planeta. Es el negocio … del presente. Y a él, como no podía ser de otra manera, está dedicando gran parte de sus esfuerzos la industria financiera. En especial, la de dimensión global y, más en concreto, los bancos denominados sistémicos; es decir, los que operan con presencia activa por todos los lugares del mundo. Por recónditos que parezcan.
Hagan juego, señores. Este parece ser el lema operativo que parece dominar en las direcciones ejecutivas de las empresas y de los bancos. Porque las apuestas inversoras son ahora on line. Y en este nuevo orden, los bancos están en plena transformación y las fintech, en pleno apogeo, porque en este tablero de ajedrez, juegan con blancas. Es decir, ya han movido ficha. Ya dominan las plataformas de inversión. Están en su hábitat natural. De hecho, a no pocas de ellas ya se las conocen -y alardean de ello- como roboadvisor por prestar sus actividades de asesoramiento o de gestión de carteras de forma automatizada. O lo que es lo mismo; mediante algoritmos y con una mínima intervención humana.
Nutmeg, fintech británica, se codea con Barclays o UBS por toda la City en sus mensajes publicitarios para ofrecer sus servicios de inversión. O la canadiense Wealthsimple, que ofrece anuncios televisivos en canales de ámbito nacional. Tendencia que se expande. Cada vez con más intensidad, las fintech empiezan a exhibir su fortaleza. Los analistas del mercado empiezan a reconocer que las firmas de tecnología financiera se han convertido en el fenómeno de mayor intensidad en la industria financiera en los últimos 18 meses.
Gracias a que sus métodos de cobertura automatizada para desarrollar sus servicios de inversión on line y de asesoramiento financiero implican una reducción substancial tanto de tarifas profesionales como de costes laborales tradicionales. Por si fuera poco, muchas de ellas, como una pionera en el mercado digital, la americana Betterment, ya manejan carteras de 10.000 millones de dólares. Al igual que Wealthfront, que moviliza más de 8.000 millones. Además, muchas de ellas se han convertido en escasos años en unicornios. Han dejado de ser start-ups. Nutmeg, Scalable Capital, Moneyfarm o Wealhify son algunos de los más lustrosos botones de muestra.
Una razón de esta irrupción de los servicios digitales de inversión ha sido la alta predisposición que, desde las incubadoras de nuevas empresas, se inculca a los emprendedores tecnológicos a la hora de poner en marcha productos innovadores. Está en el ADN de la generación digital.
Pero los grandes bancos, en su búsqueda de rentabilidad, han reaccionado con prontitud. UBS fue el gigante de las finanzas que primero activó, a finales de 2016, su cartera. Adquirió SmartWealth. Un año más tarde, anunció que había asumido todo su modus operandi. También Barclays -otro ejemplo del cambio de paradigma-, acaba de renovar su plataforma de servicios de inversión on line. La convertido en Smart Investor, como se conoce en la jerga tecnológico-financiera al uso. Y, pese a las barreras iniciales, ya opera holgadamente con productos digitales automatizados. Los grandes también juegan con un as en la manga. Su queja, razonable, pide a las autoridades regulatorias que vigilen, entre otras prácticas- la fiscalidad aparejada a estas operaciones que las start-ups pueden -afirman con el calificativo “supuestamente”-, llegar a camuflar por requerir comisiones por debajo del 1% de los activos que gestionan. Un mecanismo con el que atraen a numerosos clientes y patrimonios y que sacan a colación para asegurar el retorno de beneficios.
El consumidor solicita soluciones digitales
La demanda de servicios digitales de inversión está en ebullición. Un informe de la consultora McKinsey asegura que la tasa de uso de banca on line en el mundo ha aumentado un 13% desde 2013 a 2018. Señal de que los consumidores de banca minorista y de gestión de activos se han acostumbrado a las soluciones digitales y esperan recibir servicios personalizados en tiempo real a través de este tipo de plataformas. Pero también las empresas, que empiezan a concebir como un instrumento útil vincular sus operaciones financieras y bancarias a sus libros de contabilidad informatizada.
“Los grandes bancos necesitan ofrecer este tipo de integraciones para mantener sus cuotas competitivas con los neobancos, que ya las tienen desde hace tiempo en su catálogo a clientes con cultura on line”, explican los autores del estudio de la consultora americana. “Han elevado el listón”. Al activar aplicaciones y websites intuitivas, donde sus usuarios experimentan con servicios en red. “Los bancos tradicionales están obligados a hacer los mismo”. Porque sus nuevos rivales focalizan sus ofertas con transparencia de precios y concediendo una gestión y unas inversiones más baratas.
Las carteras de las grandes entidades financieras, sobre todo las de base sistémica, deben engordar su lista de ofertas competitivas y abaratar precios en áreas de negocio como las transferencias monetarias, aconseja McKinsey. “Además de replantearse su mapa de comisiones y de tarifas” al consumidor, aclaran.
Sobre todo, porque los reguladores dan la bienvenida a la competencia. Los bancos centrales de todo el mundo empiezan a exigir pasos decididos hacia la transparencia y a la reducción o, en su caso, a la supresión de las barreras de entrada en el mercado de las fintechs. Una evidencia clara de su incursión en el negocio financiero -dicen desde McKinsey- es su mayor acceso a los datos financieros de sus clientes, que les ayuda a participar de inmediato en el circuito bancario.
“Han apreciado con antelación el concepto de open banking, que las han llevado a ganar poco a poco cuota de mercado”, aducen, antes de añadir que “sólo en Reino Unido, el número de neobancos ha aumentado un 65% en 2018”. Y, según cifras de CB Insights, estas firmas digitales invirtieron en los mercados internacionales 39.000 millones de dólares el pasado ejercicio, más del doble del año precedente y cinco veces superior a su cartera de capitales global de hace cuatro años.
La transformación digital llega en un momento coyuntural delicado. A los diez años de la crisis, el detonante de la carrera hacia las big tech, los bancos se enfrentan a tipos de interés negativos y a un salto en innovación y, presumiblemente, regulatorio, que algunas voces procedentes de los organismos de supervisión bancaria definen como “un juego real en mutación constante”.
Un reto que, según Jesper Berg, responsable de la Autoridad de Supervisión Financiera danesa, desvela una amenaza prioritaria: la exigencia de una rápida adopción del big data en los servicios financieros de los bancos. “La herramienta más competitiva es la información del cliente y, por el momento, están lejos de vislumbrar este panorama”, explica Berg, en una reciente entrevista a Bloomberg.
“Siguen sin una percepción nítida de qué hacer con los datos, de cómo usarlos en sus líneas de negocio -enfatiza-, y no estoy diciendo compartir esa información personal”. Pese a que sus competidores digitales no están sujetos a las mismas reglas. Para Berg, sería precisa la intervención política. “La cuestión central es que, desde las altas instancias europeas y de supervisión, diseñemos nuevos requerimientos homogéneos al sector, normas sobre los límites de gestionar los datos personales y cuándo y en qué términos pueden emplearse porque no responde a la lógica que exista distintas regulaciones para compañías que, básicamente, realizan la misma actividad”.
Una ayuda a la industria desde la esfera política que, sin embargo, no les eximirá de cambios corporativos de calado. “La banca necesitará repensar todo su modelo de negocio, al completo, para adaptarse al nuevo mundo digital”, alerta Lars Rohde, el gobernador del Banco Central de Dinamarca. Berg avisa al sector de las ventajas competitivas adquiridas por los gigantes tecnológicos -Google, Amazon o Alibabá entre otros- cuyo amplio arsenal de datos en propiedad, adquiridos de redes sociales, y combinado con la facilidad de acceso a la industria financiera, “podría dirigirles en breve a ofertar servicios de naturaleza bancaria”.
Parte del ascenso de las fintech tiene que ver con el espíritu y la letra de la directiva PSD2 sobre desembolsos de servicios digitales. Norma europea diseñada para abrir la industria de pagos a la competencia. Pero que, en la práctica, obliga a los bancos a transferir sus datos a entidades sin licencia bancaria. “Se podría decir que la PSD2 ha ido al extremo, no sólo porque los bancos no pueden usar completamente sus datos de forma interna, sino que no pueden venderlos, pero sí compartirlos”. Otro déficit regulatorio, en opinión de Berg.