Desde luego, en el periodo 2019-2023, somos podio en los países europeos en subir la presión fiscal. Mientras que la media de la unión ha bajado esta presión en 2,4 puntos, en España la hemos subido más de 5. Este dato no contabiliza aun las nuevas subidas impositivas aprobadas durante el año pasado ni el comienzo de este, por lo que el dato que nos encontraremos el año que viene será aun más doloroso para nuestro bolsillo. 

Fuente: Carlos Arenas Laorga, con datos de Eurostat

Uno podría pensar que esta recaudación, asfixiante en ciertos tramos de renta (59,5% solo en IRPF y cotizaciones sociales, sin contar IVA ni otros impuestos y el 70,3% para el ingreso marginal sobre la renta al trabajo para salarios iguales a 167% la renta media del país) sirve para que no haya colas en la sanidad pública. O para que el sistema de enseñanza sea uno de los mejores de la OCDE según PISA. O quizá para que haya una cantidad ingente de vivienda social para que los jóvenes puedan emanciparse. Bueno, quizá todo esto no esté funcionando. Pero igual podemos pensar que, por lo menos, tenemos la tasa de paro más baja de la OCDE y de la UE y que los salarios suben mucho por esa presión del mercado laboral. Pero tampoco, tenemos la peor tasa de desempleo. Entonces ¿qué? ¿Estamos acaso convergiendo en renta con la media de la Unión Europa? Pues desde hace años no, y eso que la presión fiscal ha aumentado mucho. 

Fuente: Carlos Arenas Laorga

A menudo, los españoles nos encontramos con que una parte considerable de nuestro dinero se destina al pago de impuestos. Se ha hecho viral el vídeo de dos personas jugando a las cartas en el que uno es un ciudadano y el otro representa al estado y le va cobrando por todo, hasta que el ciudadano decide dejar de trabajar y entonces el estado le tiene que dar una paga. Por duro que suene, así es. Y el incentivo no es el más adecuado para favorecer el trabajo, el esfuerzo, la creación de empresas, la inversión, etc.

Imaginemos la economía como un coche de carreras. Para que alcance un buen desempeño, necesita combustible (y del bueno), un mantenimiento adecuado y, por supuesto, que el conductor no pise el freno constantemente o, que, por lo menos conduzca bien. En este contexto, los impuestos serían ese freno, que puede impedir que avance nuestro cochazo. Es más, lo que más me preocupa es que el conductor sea el estado y no cada uno de nosotros. 

Si bien es cierto que en España llevamos unas subidas impositivas muy importantes en los últimos años, no siempre hemos estado en estos niveles. Es más, tradicionalmente España ha sido uno de los países con menores impuestos. No soy partidario de que toda época pasada fue mejor, la mejor es la que nos toca vivir a cada uno. Pero el sistema de enseñanza era de más calidad antes, la tasa de desempleo apenas existente y la vivienda muy accesible, por poner algunos ejemplos. Cuidado, no estoy diciendo que no hayamos mejorado en muchos aspectos. Pero desde luego no es proporcional el crecimiento económico con el crecimiento de los impuestos. He mirado en la OCDE un histórico amplio de la recaudación de impuestos de los países miembros y de España, que resumo en un gráfico. A mí me ha sorprendido. 

Fuente: Carlos Arenas Laorga, con datos de la OCDE

Para el contribuyente medio, la realidad fiscal es como una segunda hipoteca. Aunque nuestros gobernantes se han encargado de que no lo sintamos como tal. Por eso conviene recordar plataformas que nos indican el día de la liberación fiscal, por ejemplo. Según datos del año 2024, un trabajador español dedica más de la mitad de su sueldo bruto anual al pago de impuestos y cotizaciones. Esto implica que, hasta el día 30 del mes de julio, los ingresos generados por su trabajo están destinados exclusivamente al estado. Y aunque los impuestos permiten financiar servicios esenciales, el debate se centra en si el nivel actual es sostenible y justo. Sobre todo, después de ver cómo en Valencia, con la desgracia de la DANA se siguen sin recibir ayudas. Es más, en La Palma quedan muchas familias viviendo en casetas. Pero es que, en Lorca, a más de 13 años del seísmo, quedan ayudas por entregar.

Por ejemplo, en otros países europeos con una presión fiscal similar, como Dinamarca o Suecia, el ciudadano percibe un retorno evidente en forma de servicios públicos de calidad superior. En España, sin embargo, el nivel de satisfacción con estos servicios es notablemente más bajo, alimentando la percepción de que el esfuerzo fiscal no siempre se traduce en beneficios palpables. Y digo esfuerzo y no presión, porque si la presión en España ya es elevada, el esfuerzo lo es aun más. El esfuerzo fiscal (presión fiscal calculada por el Producto Interior Bruto per cápita) ha sido 17,8 puntos superior al de la Unión Europea. 

Fuente: Carlos Arenas Laorga

Por lo menos, las cotizaciones sociales no nos las quitan de la cuenta corriente, sino que la mayor parte las abona el empresario y no duele. Por cierto, que la patronal ha propuesto que sea el trabajador quien la pague y el gobierno se niega porque los trabajadores verían la ingente cantidad que está pagando el empresario por ellos o, visto de otro modo, la enorme cantidad que se le va del sueldo en cotizaciones sociales. ¡Más de una tercera parte de su sueldo bruto!

Fuente: Carlos Arenas Laorga

Las empresas, especialmente las pymes, representan otro segmento golpeado por la fiscalidad. Mientras que en otros países las políticas fiscales buscan estimular la inversión y la innovación, en España muchas empresas sufren los impuestos como una barrera para crecer. Según el Banco de España, la carga fiscal promedio para una empresa supera el 25% de sus beneficios, sin contar con las contribuciones adicionales al sistema de Seguridad Social. 

Un sistema fiscal excesivo no solo afecta el crecimiento económico, sino que también fomenta la evasión fiscal. Ya conocemos la curva de Laffer. España ocupa uno de los primeros lugares en economía sumergida dentro de Europa, como resulta lógico. Esto crea un círculo vicioso: el estado sube impuestos para cubrir el déficit provocado por la evasión, lo que a su vez incentiva más actividades fuera del sistema.

El debate sobre la fiscalidad en España necesita un enfoque más amplio. No se trata solo de reducir impuestos, sino de hacer que estos sean más eficientes. Esto pasa por simplificar el sistema tributario, reducir el fraude fiscal y garantizar que cada euro recaudado se utilice de manera efectiva. ¿Auditoría de ingresos y gastos? De verdad, no solo la información de la IGAE. Muy buena, pero solo informa. El verdadero éxito de un sistema fiscal no se mide por cuánto recauda, sino por cómo contribuye al bienestar y al progreso de sus ciudadanos.

¿Qué opinas tú? ¿Crees que España está en el camino correcto o necesitamos un cambio urgente en nuestra política fiscal?